5/5/13

implosió impugnada17


IMPLOSIÓ IMPUGNADA n.º 17
Ceci n’est pas une place

 




Entre 1926 y 1929, René Magritte pintó La traición de las imágenes, una serie pictórica, constituida por tres piezas, que hoy todos reconocemos gracias al motivo de la pipa. A partir de esta figura, que aparece en distintas posiciones, distintos tamaños, inscrita en múltiples marcos (a veces dentro de la misma obra), y de su relación con el título que la acompaña, Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa), Magritte nos sitúa ante el debate filosófico que gira en torno a la relación entre imagen y realidad (y del cual se derivan, posteriormente, la discusiones acerca del problema de la representación o de la distancia que separa las palabras y las cosas). Con la escolarización del pensamiento de Magritte, esa aparente contradicción se resuelve estableciendo una diferencia: “esto no es una pipa, sino el dibujo de una pipa”. Sin embargo, Magritte, en una carta a Foucault fechada el 23 de mayo de 1966, escribe: “El título no contradice al dibujo; afirma de otro modo”[1]. No es casual, entonces, que la Implosió impugnada n.º 17, de Rafael Tormo i Cuenca, nos exponga entre los restos de este debate.
Aquí, se prescinde de la figura o de la representación. No se hace uso de la imagen de una plaza (place). Parece que el título, en esta ocasión, en su materialidad, define los límites de la implosió. El referente de la letra, esta vez, es real: estamos en una plaza (y no ante el dibujo de una plaza). Entonces, ¿cómo resolvemos ahora esa contradicción? ¿Hacia dónde nos conduce esta palabra? Posiblemente, hacia ningún lugar seguro, pero en cualquier caso nos desplaza desde la discusión del ámbito artístico hasta la intimidad de nuestro lugar en común.


¿Esto no es una plaza? Quizás podríamos refugiarnos en lo que ya sabemos: esta plaza, cualquier plaza, está perdiendo progresivamente (o ha perdido ya) su función de plaza. De plaza en tanto que espacio público. La plaza supone cada vez menos, en nuestras ciudades, un espacio de encuentro cotidiano. El espacio público se diseña ahora en función del espacio y el tiempo de consumo. De este modo, los títulos que nos encontramos en él no son más que las fórmulas del lenguaje publicitario, que asocia las imágenes y las palabras de acuerdo a otro tipo de estrategias. Incluso, podríamos recurrir a ese argumento que señala la última mutación de nuestras ciudades, de modo que ya no serían tanto (o únicamente) un espacio para el consumo como un producto que se consume[2]. No serían respuestas equivocadas. En este sentido, “esto no es una plaza”. Pero son respuestas que ya conocíamos. Y tal vez no sea suficiente.

Foto de Joanbanjo
El texto de la implosió, en esta plaza, apunta a la ocupación de las plazas de los últimos dos años y medio (desde la inmolación de Mohamed Bouazizi, en diciembre de 2010, en Túnez, hasta el último cerco al congreso), y esta, a su vez, apunta también a otros problemas u otros motivos difíciles de nombrar. Esta dificultad es análoga a la dificultad que encontraríamos si quisiéramos establecer los límites de la implosió, que no se corresponden exactamente con el contorno de las letras o el final de esa frase.  En todos los casos, nos alcanza en un lugar en el que no estamos solos, y, por tanto, debemos hacernos la pregunta acerca de las formas de vida en ese espacio, que es la pregunta acerca de los límites y la distancia que hay entre nosotros (la plaza, en efecto, funciona como un símbolo, pero esta vez como un símbolo que nos contiene en el espacio y en el tiempo). Las respuestas de las que disponíamos (la política) o las descripciones de nuestros gestos (el anti) tampoco nos satisfacían.
La implosió se dirige a esa insatisfacción. A través de un determinado código artístico, pero más allá (o más acá) de él, en tanto que texto o imagen situada en este contexto específico. Es más, querría instalarse en ella, entre nosotros, acoger, de algún modo, estas experiencias. No tanto para liberar su verdad, sino para liberar finalmente a partir de ellas nuestro lenguaje[3] (“el título no contradice al dibujo; afirma de otro modo”, decía Magritte).
De este modo, quizá aprendamos a nombrar el “mundo común”[4] en el que ya estamos implicados. Por ello, tal vez no se trate únicamente de distinguir entre lo que es o no es un espacio, une place, o entre la imagen de las plazas o del Cabanyal (el producto) y las plazas o el barrio de verdad (el espacio de encuentro). Ahora, es el lugar en el que estamos. Un lugar, además, que a pesar de ser continuamente instrumentalizado, es el espacio por donde circulan nuestros cuerpos y nuestros afectos, gracias sobre todo a la acción sostenida en el tiempo de sus vecinos. Es el Portes Obertes. Como símbolo que nos contienen aquí y ahora. Este es el relato en el que la implosió quiere inscribirse. El relato que quizá podamos liberar y continuar.

Miguel Martínez





[1] Michel Foucault, Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte. Barcelona, Anagrama, 1997.
[2] Antonio Méndez Rubio, La desaparición del exterior. Cultura, crisis y fascismo de baja intensidad. Zaragoza, Editorial Eclipsados, 2012.
[3] Michel Foucault, Entre filosofía y literatura. Obras esenciales, Volumen I (ed. Miguel Morey). Barcelona, Paidós, 1999.
[4] Marina Garcés, Un mundo común. Barcelona, Edicions Bellaterra, 2013.